Si “el nombre es el arquetipo de la cosa”, mucho podemos aprender de la cosa examinando su nombre. “En las letras de ‘rosa’ está la rosa, y todo el Nilo en la palabra ‘Nilo’”, completó Borges. Quizá por eso desde hace un tiempo me causan cierta fascinación los apelativos que, en Colombia, le damos a ciertas cosas.
Encierran, esos nombres, una sabiduría sobre lo que las cosas son para la sociedad. Y pienso en ese genial juego en el que un jugador elige una palabra del diccionario y los demás aportan una definición. Todos votan por las definiciones y al final ganan puntos tres tipos de jugadores: el que eligió la palabra si pocos aciertan la definición del diccionario; los que aciertan ese significado oficial; y los que con su definición convencen a más jugadores. Así que no solo cuenta lo que diga el diccionario sobre las cosas, sino lo que acepte la mayoría. Y los buenos jugadores lo saben al formar con astucia sus definiciones. Verán cuánto vale la analogía...